El nearshoring ofrece una gran oportunidad para llevar al país a un siguiente nivel de desarrollo, pero para ello se deben poner en marcha políticas que permitan contar con más talento especializado, incentivar la contratación de personal con mayor flexibilidad laboral y una carga fiscal más inteligente.
Entender las raíces del conflicto comercial entre China y Estados Unidos es esencial para que México aproveche plenamente el nearshoring y para diseñar las políticas laborales que ayuden a maximizar los beneficios de este fenómeno.
La disputa comercial entre las economías más grandes del mundo se puede dividir en dos etapas. La primera, de 2018 a 2020, se centró en utilizar aranceles como represalias a lo que la Casa Blanca de la administración de Donald Trump consideraba como prácticas comerciales desleales.
En esta etapa se impusieron aranceles a una amplia variedad de bienes como productos textiles, agrícolas, electrónicos, minerales y farmacéuticos. Estas medidas se implementaron bajo el cobijo de la fallida política de Trump para reducir el déficit comercial de Estados Unidos con China.
Esta primera etapa tuvo la forma de una guerra comercial típica, pues que el gigante asiático respondió con aranceles recíprocos en productos agrícolas y manufacturados también.
Sin embargo, la segunda etapa ha sido de una naturaleza radicalmente distinta y con objetivos geopolíticos estratégicos puntuales. Esta etapa se ha caracterizado por la imposición de medidas destinadas a limitar el desarrollo tecnológico de China, especialmente con sanciones a la industria de chips. Esto como una respuesta a la política industrial llamada “Hecho en China 2025” que busca convertir a China en la economía líder en manufacturas de alta tecnología.
Este plan no fue bien recibido por países de Occidente, al grado de que Robert Lighthizer, el representante de Comercio de Donald Trump, categorizó el desarrollo tecnológico de china como “una amenaza existencial” para los Estados Unidos. Desde entonces, es bien sabido que las autoridades chinas han decidido bajar el perfil público de dicha estrategia, pero los hechos sugieren que el objetivo sigue en pie.
Pero, ¿por qué le preocupa tanto a Estados Unidos el desarrollo tecnológico de China? Porque la superioridad tecnológica está directamente ligada a la superioridad económica y militar. Y en la economía digital del siglo XXI esta superioridad depende de la “potencia” de tus chips, lo cual explica las sanciones a dicho sector.
Chips más avanzados te permiten desarrollar una industria más avanzada de coches autónomos, de agricultura de alta precisión, de algoritmos de inteligencia artificial, de pronósticos climáticos o de resistencia de materiales, y de equipamiento militar entre otros. Por esta razón, el poder de cómputo otorgado por los chips es considerado como un recurso tan valioso como el petróleo.
En este contexto surge el concepto de nearshoring, cuando compañías occidentales con presencia en China reubican su producción para minimizar riesgos relacionados a una escalada en las tensiones primordialmente en el sector tecnológico. Consideramos que un concepto más apegado a la realidad es “friendshoring”, mismo que ha utilizado la Secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, para referirse a este fenómeno.
¿Cómo hacer más atractivo al país?
Hablar de nearshoring asume que la reubicación de cadenas de suministro será cerca de Estados Unidos, pero la realidad es que también se están reubicando en Asia. No es una sorpresa que Foxconn, el fabricante del iPhone para Apple, tenga planes de abrir una fábrica en Vietnam. La pregunta obligada es, ¿qué se puede hacer para inclinar la balanza de la reorganización de las cadenas de suministro hacia México?
Para lograrlo es fundamental fortalecer la educación y la formación en áreas relacionadas con la tecnología, fomentar la colaboración entre la academia y la industria, promoviendo la innovación y la investigación. En esa misma línea, la política laboral e incluso la política fiscal están llamadas a jugar roles preponderantes en esta nueva dinámica.
En los últimos años hemos visto, como nunca, una oleada de reformas laborales orientadas a profesionalizar la actividad sindical, los derechos de las personas trabajadoras y el sistema de justicia. Si bien dichas reformas resultaban necesarias desde muchas perspectivas, frente a un fenómeno como el que se aproxima, bien valdría la pena recordar que las fuentes de empleo en nuestro país necesitan mejores condiciones para operar, traducidas en legislaciones más flexibles en el ámbito laboral y fiscal.
Es precisamente, a través de mejores incentivos para contratar y una carga fiscal más inteligente que lograremos sacar el máximo potencial de una oportunidad histórica como la que se nos presenta en este momento. La OCDE y organismos internacionales diversos lo han establecido con puntualidad: a mayor flexibilidad de la legislación laboral, mayor productividad y mejores condiciones de trabajo.
En adición a lo anterior, lo que parece escapar en la discusión nacional sobre nearshoring, es que México se encuentra no sólo frente a la posibilidad de atraer más inversión, si no de hacerlo para industrias con mayor valor agregado de lo que ha caracterizado a la manufactura mexicana desde el TLCAN.
Esto puede ser clave para que México salga de la trampa del ingreso medio, un concepto que utilizan los economistas para países que crecieron lo suficiente para no tener ingreso promedio bajo sin igualar a los países ricos. Países como Japón y Corea del Sur lo lograron el siglo pasado y China está buscando esta transición en la actualidad.
Para escapar la trampa del ingreso medio es esencial subir en la escala de valor agregado de la economía mundial para generar trabajos de mayor calidad y mejor remunerados, así como un incremento de la productividad en el país; uno de los grandes retos de las últimas décadas, máxime si tomamos en cuenta los ya tradicionales últimos lugares que ocupa nuestro país en este renglón dentro de las mediciones que realiza periódicamente la OCDE. Esto, en el entendido que la productividad no mejorará por generación espontánea, sino que requerirá del ajuste de un modelo laboral mucho más orientado a incentivos y a compensación variable.
Ojo, no se propone bajo ningún sentido terminar con los derechos adquiridos del último siglo, pero sí se trata de repensar el modelo actual de prestaciones, orientándolo mucho más a una dinámica meritocrática que a una que premia el simple transcurso del tiempo. Ejemplo perfecto de lo anterior es la Participación de los Trabajadores en las Utilidades de las Empresas (PTU). En otras palabras, debemos aprender a premiar a quien trabaja más y mejor.
En conclusión, el fenómeno de nearshoring representa una oportunidad para llegar al siguiente nivel de desarrollo. El país se encuentra ante una oportunidad generacional para dar el paso hacia una economía de mejores oportunidades y de integrarse con Estados Unidos en industrias más sofisticadas. El gran peligro es volver a desaprovechar una oportunidad que, acompañada de las políticas educativas y laborales correctas puede ser la clave para que México transite hacia una economía de alto valor agregado y al siguiente nivel de desarrollo.
Reconozcamos que, por muchos años, México fue un país atractivo para la inversión por las razones equivocadas. Entre otros, salarios raquíticos y simulación sindical. Es momento de alcanzar las razones adecuadas para ser un foco positivo de atracción para la inversión, y esto incluye legislaciones laborales y fiscales más equilibradas y amigables con las fuentes de empleo.